Esta es la foto de mi padre. Es además una buena foto de mi padre. Una buena foto, en un buen día. No se aprecia del todo pero la foto ocurre en un día de esos en que el sol más alto frena por unas horas al invierno helado y logra una breve primavera falsa, pretendida pero disfrutable. Me pregunto si la foto no es también una pretensión, una especie de actuación coral de pájaros, verdes y rayos de luz que en complicidad con el lente, el fotógrafo y en este caso vos pretenden que todo está bien, y que ese es mi padre.
Yo sé que esa es la foto de mi padre, pero ese no es mi padre.
Tal vez si logro concentrarme por un momento exclusivamente en sus ojos, en particular el ojo izquierdo, y me quedo con ese rayito de picardía que es emitido a pesar de todo, quizás si puedo cinchar de esa picardía exista una chance de traerlo a él, al verdadero, a la superficie. Seria tan lindo que lo conozcas.
Sé que se parece a mi padre, ya sé que es una linda foto, pero créeme, ese no es mi padre.
Creo que si me agarro de esa picardía como si fuera la cuerda que me conecta a un salvavidas, e intento erguirlo a él, o a su memoria. Si logro levantarlo del andador, arrastrarlo si es necesario para que surja todo él, él verdadero y se imponga, como yo sé que él se impone, quizás entonces sea el de las historias, el del nombre que todavía despierta en una ciudad entera y en otros rinconcitos el recuerdo de un tipo alto, de boina y pañuelo al cuello, gracioso, jodón y de otra época.
Ya sé que en la foto se ve una sombra que se parece pero no se lo vé a él.
Entonces si logro erguirlo y deshacerme de la silla, tal vez si puedo insistir más sobre la picardía y lograr una sonrisa completa llena de dientes y honestidad brutal, y no esa memoria a medias casi como un espasmo involuntario que hace su boca porque aún ahora aunque todo lo demás se tambalee la coquetería está intacta, tal vez entonces lo puedas ver.
Ya sé que la juventud no es necesaria, no estoy hablando de eso.
No es que yo pretenda volver rubio su pelo blanco o agarrar un cincel y aplanar una a una las arrugas, no es que yo quiera manipular el reloj ni borrar las cicatrices. No me interesa para nada conocer ni alterar los planes de la muerte, pero necesito que conozcas a mi padre.
El de la foto se parece sí, es cierto.
Quizás ayudaría, si él estuviera parado y sonriendo, una copa de tinto casero en una mano, y algún tango sonando en una radio lejana. Quizá si reenfocamos la imágen para que salga el viñedo de fondo y si agregamos el detalle de un cuento de Juan el Zorro reinventado cada mediodía solo para mí. Quizás se parecería más. En una de esas si aparece con alguna utilería el compromiso político, el amigo entrañable, el que cantaba para todos sus compañeros desde una celda en el penal, quizás entonces la diferencia entre mi padre y la foto de mi padre no sea tan brutal.
¿Entendés?
Cómo puede ser que el mundo, los planetas y nosotros sigamos como si nada y que él, ya no sea él en las fotos? Cómo es posible la inconsecuencia, la gratuidad, lo imperceptible de un él que se desvanece? Desvanecerse no es propio de eĺ te lo aseguro, no es de él dejar de sonreír de a poco, terminar la melodía en tonos suaves no es él. Él es tango y dos teclasos fuertes y arrabaleros al final, nada de medias tintas, lo de él es ser grave y atrevido. Macho, antiguo e inusualmente cariñoso.
Tengo las manos rojas de tanto cincharlo pero capaz que al final tenés razón. La mueca está ahí, y la picardía de la mirada también. Capaz que al igual que el sol de mediodía, aunque todos sabemos que el invierno está helado, esos gestos, esa foto, por un rato, alcanzan.