Los guardias estaban parados firmes uno a cada lado del portón del palacio. Firmes, rectos e impecables. Vestían colores vivos y trajes satinados, amplios sombreros y una lanza filosa y virgen en la mano izquierda de cada uno. En el pecho destacaba una gran flor de lis en forma de escudo. Entre ellos, y alrededor, la humedad, el tedio y la falta de propósito les pesaban tanto que amenazaban con aplastarlos pero ellos siempre permanecían rectos. A unos metros un perro sentado en la vereda los miraba atento y como burlándose movía entusiasmado la cola esperando algún tipo de reacción.
“Odio a ese perro” dijo de pronto el guardia de la derecha, “odio que no sea de un color concreto, odio las manchas irregulares y la cabeza demasiado redonda” agregó siempre hablando de costado y con movimientos imperceptibles. “Ese perro no es normal” remató con énfasis pero sin movimientos.
“¿Y qué sería para vos un perro normal?” preguntó el otro, calmo pero provocador, repitiendo con palabras nuevas la misma conversación de todas las noches.
“No sé, normal, como la mayoría de los perros, normal, que se vea normal, que haga cosas normales de perros normales” dijo un poco exasperado como marcando la obviedad y enfatizando los sonidos con los movimientos fantasmas de un cuerpo que no se movía un ápice.
“Me parece raro que vos, que sos todo menos normal, le reclames al pobre perro” y su compañero hizo un gesto imaginario como señalando al perro aunque por supuesto nada en su cuerpo, que seguía firme, señalaba nada. “O sea” agregó para no dar tiempo a su compañero al retruque, “vos que sos un guardia de cotillón con ropa de cotillón, con una lanza afilada, pero de cotillón, que trabajás todo el día de estar parado, le reclamás al pobre perro que está acá sólo, de noche, sin dueño ni hogar que sea normal. No sé, me parece que el que no es normal sos vos”.
Dos o tres segundos pasaron lentamente, y ahondaron la distancia entre ellos llevando la discusión a un lugar más tenso de lo normal, aunque la distancia física seguía siendo de exactamente dos metros porque ninguno se había movido.
“No tiene nada de raro nuestro trabajo” se defendió el guardia de la derecha visiblemente ofendido pero por dentro, porque por fuera no se notaba nada, “yo lo unico que digo es que ese perro no es normal”.
“Fernández, vos usas pañales para aguantar el turno mientras que el perro está meando en esa columna lo más libre, feliz y normal” dijo el de la izquierda sabiendo que estaba dando un golpe mortal. “Punto para el perro” agregó arrepintiéndose demasiado tarde ya que por su culpa, durante el resto de la noche, permanecerían en silencio además de inmóviles.