Se ubicó en su escritorio siguiendo la coreografía habitual. Alineó su cuaderno y su taza al teclado antes de sentarse con la espalda recta frente a la pared de monitores. Se sentía observado; Sabía que en un extremo de la oficina había una cámara apuntando a los observadores y frecuentemente se preguntaba quién estaba del otro lado.
Hoy se conocería el fallo del tribunal, todos sabían que el tipo era culpable y probablemente era el último día en su habitación de hotel. El hotel, uno cualquiera sobre 18 de Julio, estaba venido a menos y se parecía bastante a una pensión. La habitación del tipo en el primer piso estaba ubicada justo enfrente de la cámara trescientos cincuenta y dos. Él había llegado a sentir cierto respeto por aquél hombre; cada día seguía una marcada rutina en su diminuta habitación y cada día esperaba el anticipado fallo con la mirada perdida, desenfocada. Desde el monitor parecía una mirada a medias desde una vida a medias.
Sonó la alarma anunciando la llegada de un mensaje a la consola: Fuga en proceso en el Hospital Maciel. Con manos firmes navegó rápidamente por las cámaras de la zona hasta ver a una niña corriendo por 25 de Mayo con las manos extendidas por delante de su cara. La niña buscaba sentir con sus manos la pared del costado y enterarse de posibles obstáculos. Cuando apareció en la cámara de la esquina de Zabala la vió doblar a toda velocidad como si no fuera ciega.
La siguió fascinado por las calles de la Ciudad Vieja y pocas cuadras después ya lograba anticiparla con una imágen clara en cada esquina. La niña se lanzó frente al semáforo en rojo de calle Ciudadela dejándolo a él y al chofer de un 145 con el corazón en la boca. Ella no paró hasta llegar a 18 de julio y a partir de allí continuó tratando de esquivar gente a duras penas, gritando cada tanto o parando brevemente para preguntar algo a algún peatón.
Él seguía con la espalda recta, ahora tensa, mientras sus manos volaban por los controles y sus ojos por las imágenes. La emoción era de ella, pero un poco también de él. La niña, que ahora se perdía cada tanto entre la gente, paró de golpe frente al hotel del tipo.
Él no lo entendió en el momento y no lo entendería después, pero mientras la niña se perdía dentro del hotel buscó con rapidez la cámara que daba a la habitación del tipo y vió con sopresa lo que la niña no vería pero aprendería tocando; El hombre colgaba del ventilador de techo ya sin mirada a medias y ya sin vida.
Mientras él hablaba con la patrulla más cercana y pedía la presencia del forense vió a la niña, todavía jadeando, sentada en la cama de la habitación del muerto. Ella mostraba con su postura y a través de la cámara una extraña calma adulta.
Más tarde, justo antes de finalizar el turno, anotó la fecha en la página de su cuaderno correspondiente al hombre del hotel. No era tristeza lo que sentía, pero odiaba la sensación que lo invadía cuando una de sus historias terminaba abruptamente. Miró brevemente a la cámara que lo miraba y se preguntó si los que observan a los observadores también eran observados.
Este texto fue finalista en el concurso de cuentos organizado por Semana Negra Uruguay en el 2018. Fue publicado en el libro Archivos Confidenciales en el 2019.